Hoy, Sábado Santo, es un día de luto inmenso, de espera silenciosa y vigilante de la Resurrección.
Hoy debemos tener presente el dolor que Ntra Señora soportó al perder por crucifixión a su Hijo, a Jesús.
Podemos preguntar a cualquier madre que sentiría si a su hijo lo insultaran, le pegaran y después lo mataran delante suya.
Ella es la angustia de una Madre que tiene entre sus brazos a su Hijo muerto, seguro recordando las palabras del anciano Simeón:
" Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ... a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones".
Y añade con referencia directa a María:
"Y a ti misma una espada te atravesará el alma" (Lc 2, 34-35)
María, tuvo que esperar tres días para saber que su Hijo Jesús resucitó.
Tres días en que los apóstoles afligidos y decepcionados, creían que todo había terminado. María recordaba en su corazón la profecía de que resucitaría al tercer día y María esperó.
Igual que entonces, hoy los cristianos esperamos una venida de Jesús, la segunda.
Muchas veces no queremos creer o estamos desilusionados o estamos confundidos. Muchas veces pensamos en acumular bienes en la tierra, sin pensar en los del cielo. Y sin embargo, en el Credo lo repetimos muchas veces, sin echar cuenta de lo que decimos: " Él vendrá con gloria para juzgar a vivos y a muertos, y su Reino no tendrá fin."
Ntra Señora creyó hasta el último momento, pero nosotros, que no hemos perdido a nuestro hijo y no estamos sumidos en el dolor, aún no nos lo hemos creído.
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