¡Reina del cielo, alégrate, aleluya!
¡ Qué alegría María ! Jesús, tú Hijo, resucitó. Se ha vuelto a encontrar con varios de los discípulos. Ya no hay motivo de tristeza porque ha cumplido el deseo del Padre.
Tú decisión de aceptar con plena disponibilidad las palabras del ángel Gabriel, que te anunció que serías la Madre del Mesías, y tu constancia y tu firmeza como Madre de Amor siendo fiel a tu Hijo desde su concepción hasta la cruz, en la que participaste en el sacrificio de tu Hijo con el dolor revelado por Simeón durante la presentación en el templo, demuestran la profunda dimensión de tu ser.
Oh Madre, que aquellos días te encontrabas en la ciudad santa, probablemente para disfrutar la celebración de la Pascua judía, y te encontraste viendo y padeciendo la injusticia humana y el terror del pecado. Tú que , llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima .
Perfecta compasión la tuya María, en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece en el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo por la expiación por los pecados de toda la humanidad.
En el drama del Calvario te sostiene tu fe plena, que te hace perdonar guiada por las palabras de tu Hijo crucificado, cuando después de todo sus palabras fueron de perdón e indulgencia.
Tu esperanza al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad, que reina en muchísimos corazones, y que hace que ante el sacrificio redentor, nazca de Ti, María, la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.
¡Qué grandeza de mujer!
Es ahí que Jesús, después de haber confiado el discípulo Juan a María con las palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo», desde lo alto de la cruz se dirige al discípulo amado, diciéndole: «He ahí a tu madre» revela a María la cumbre de su maternidad como madre del Salvador, madre de los redimidos y de todos los miembros del Cuerpo místico de su Hijo.
Pero Jesús no sólo recomienda a Juan que cuide con particular amor de María; también se la confía, para que la reconozca como su propia madre.
Durante la última cena, «el discípulo a quien Jesús amaba» escuchó el mandamiento del Maestro: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado» y, recostando su cabeza en el pecho del Señor, recibió de él un signo singular de amor. Esas experiencias lo prepararon para percibir mejor en las palabras de Jesús la invitación a acoger a la mujer que le fue dada como madre y a amarla como él con afecto filial.
Ojalá que todos descubramos en las palabras de Jesús: «He ahí a tu madre», la invitación a aceptar a María como madre, respondiendo como verdaderos hijos a su amor materno.
A la luz de esta consigna al discípulo amado, se puede comprender el sentido auténtico del culto mariano en la comunidad eclesial, pues ese culto sitúa a los cristianos en la relación filial de Jesús con su Madre, permitiéndoles crecer en la intimidad con ambos.
El culto que la Iglesia rinde a la Virgen no es sólo fruto de una iniciativa espontánea de los creyentes ante el valor excepcional de su persona y la importancia de su papel en la obra de la salvación; se funda en la voluntad de Cristo.
Las palabras: «He ahí a tu madre» expresan la intención de Jesús de suscitar en sus discípulos una actitud de amor y confianza en María, impulsándolos a reconocer en ella a su madre, la madre de todo creyente.
En la escuela de la Virgen, los discípulos aprenden, como Juan, a conocer profundamente al Señor y a entablar una íntima y perseverante relación de amor con él. Descubren, además, la alegría de confiar en el amor materno de María, viviendo como hijos afectuosos y dóciles.
La historia de la piedad cristiana enseña que María es el camino que lleva a Cristo y que la devoción filial dirigida a ella no quita nada a la intimidad con Jesús; por el contrario, la acrecienta y la lleva a altísimos niveles de perfección.
Es en Santuarios como el de Fátima donde se testimonian las maravillas que realiza la gracia por intercesión de María, Madre del Señor y Madre nuestra.
Al recurrir a ella, atraídos por su ternura, también los hombres y las mujeres encontramos a Jesús, Salvador y Señor de su vida.
Ojalá que todos, a ejemplo del discípulo amado, nunca dejemos de acoger a María en nuestra casa y le dejemos espacio en nuestra vida diaria, reconociendo su misión providencial en el camino de la salvación.
Jesús que nos liberas del pecado, que nos dejaste a la mejor Madre y Maestra, que con tu sangre y tu carne nos alimentas; concede a tu Madre todas las gracias que Te pida para salvar al mundo y pisar
a la serpiente.
Madre de Fátima, Flor Rosaleña, ruega por nosotros y bendícenos para gozar contigo de las próximas fiestas que en tu honor este pueblo te organiza.
Rosaleños:
Llega Mayo. Huele a Verbena y a Romería. Pronto la Santa Imagen de Nuestra Patrona verá de nuevo el cielo de su pueblo. Pronto La tendréis en las calles y La veréis pasar bendiciendo nuestro pueblo.
¡¡¡VIVA LA VIRGEN DE FÁTIMA !!!
¡¡¡ VIVA ESTE PUEBLO QUE LA QUIERE !!!